Antananarivo, 04 de mayo 2024
Despierto en Tana, abro los postigos de mi ventana y me encanta. Escucho el ruido del mercado muy cerca, sin saberlo reservé hotel justo ahí, donde todo pasa. Desperté antes que llegue el caos asique el ruido no es problema, esta vez es música. No puedo esperar salir y ver, oler, sentir y probar este primer bocado de Madagascar.
Bajo las escaleras y antes de llegar abajo, ¡los puestos del mercado ya venían subiendo!! Vegetales de todos colores, sonrisas de todos los tamaños. Los niños curiosos y felices de ser saludados ¡Bonjour! ¡Bonjour! ¡Bonjour!! Aquí se habla malgache y francés.
Me voy a perder pensé…. ¿Y qué importa?
Antananarivo tiene 3 colinas. Yo alojo en una con una iglesia blanca en la punta… acuérdate de eso ilania. Sólo mira las colinas y busca la iglesia blanca.
¿Sabías que el gentilicio de los habitantes de Madagascar es «malgache»?
Los primeros humanos llegan a Madagascar desde Asia y no de África. Los malgaches tienen facciones de razas asiáticas (indo-malasios) más que africanas. Y han encontrado elementos sánscritos en su lengua, lo que hacen una mezcla muy especial, como todo en Madagascar.
En el terminal de buses conocí una monja congoleña que estaba estudiando aquí. Me muestra una foto de su curso y dice: “mira, puedes distinguir a los malgaches del curso porque son ¡tan blanquitos!”.
Camino y descubro frutas y verduras, sapos y cangrejos fritos y crudos. Subo escaleras, está lleno de escaleras, bajo por otra calle. Otra vez el mercado. Ahora quiero ver el Lago. Sé qué hay un lago por ahí… pregunto, me indican, no entiendo nada. Sigo, pregunto, me indican, no entiendo nada. Voy al baño público, sigo mi camino. Llego al lago. Fome. Llego a otra colina y encuentro la foto que buscaba de Tana ¡Ahí estaba!! Es hermosa.
Me encuentro con otra turista, la primera que veo, y nos saludamos. Es italiana y habla español. Viaja sola y conversamos con ganas, somos compinches. Nos despedimos con cariño, seguimos viaje cada una por su lado, solas.
31 días después, esta bella Tana me daría un aterrizaje forzoso a la realidad. Estoy en un país muy pobre, de los más pobres del mundo. Eso ya lo sabía, sólo que esta vez, me mostró la pobreza indigna y me doy cuenta que esa pobreza de las montañas que veré más adelante, de los campos, en la costa, es muy diferente a la pobreza de las ciudades. Acá, en Tana, hay indigencia y gente miserable. No hay cómo plantar para comer, cazar, pescar… no hay cómo… esto es miseria.
Fui al museo de fotografía a ver la historia de los malgaches en imágenes y después quise visitar el Parque botánico, que resulta tener un mini zoo dentro, es gratuito, no es lindo. Puse Google Maps y me dio la ruta…. Claro, él no sabe de barrios buenos o malos… y me mandó por unos lugares rudos. Vi sus ojos y son otras miradas. Son las miradas del desamparo. Vi una mujer y 3 niños haciendo guardia a un contenedor lleno, rebalsándose de basura. Se acerca un hombre a dejar más basura en un tarro lleno y los niños salen corriendo a ver que arrojaba el hombre. La mujer iba más despacio atrás.
Seguí caminando y había una mujer con su hija en el suelo, con un plato plástico azul para pedir limosna. No le doy limosna y avergonzada seguí camino. Recordé que me metí 4 plátanos para almorzar en el parque y meto la mano, saco el menos aplastado, me devuelvo y se lo ofrezco a la niña. Vi esa luz en sus ojos negros de su cara negra que ilumina el alma. Vi ¿alegría? y se me apretó el pecho. Le di otro a la madre y otro a un hombre 5 metros más allá. Debí haber traído más. Ya no sé si se los doy por ellos o por mí, porque se siente bien esa mirada de agradecimiento, me hace sentir menos culpable por tener mucho más. Y conocí el lado triste, el lado duro de verdad, el lado infeliz y seguro que hay más y peor.
Al regreso del Parque encuentro un puesto que vende fruta, compro más plátanos. Hartos. Voy entregando en el camino. Con cada plátano hay una mirada de agradecimiento enorme y quiero entregar más para ver si con eso se llena el vacío que va quedando en mi alma. Se me acaban los plátanos, pero la gente sin nada sigue apareciendo. No tengo suficientes plátanos. Hay demasiados pobres.
Lo atinado de tu descripción se empareja con mis nítidos recuerdos de 6 meses en “Tana”.
La pobreza duele, amarga vivir aquella realidad en la que los pequeños corren tras de ti con la mirada esperanzada y el cuerpo desnutrido y visiblemente deteriorado.
Culpa, remordimiento, frustración… todas te interpelan por las callecitas de Tana donde abundan las escenas que describes y al mismo tiempo, la capital vive, grita, sonríe, se mueve, te observa curiosa entre los vapores del combustible quemado y barullo del mercado.
Disfrútalo mi querida chilena de las bellas fotos!