Cada vez que termino un viaje siento este vacío en el alma, esta sensación de estar dejando algo/alguien muy querido. Es una sensación de pérdida, pero también, y al mismo tiempo, aunque sea imposible, estoy plena y llena. Vi tanto, aprendí tanto.
No fue un viaje cualquiera, fue un roadtrip de un mes por Namibia, África. Me fui sola, al segundo país menos poblado del mundo. Un país más grande que Chile, donde habitan 3,2 personas/km2, cuando aquí somos 26 hab/km2.
Conocí lugares mágicos, obras de arte de la naturaleza, de los humanos de hace miles de años y del espacio. Vi animales que no sabía que existían, vi animales grandes y bellos, vi a todos los animales de las películas juntos. Vi elefantes felices nadando bajo el agua, chapoteando con la trompa como niños. Después, frente a un sol rojo gigante que teñía de rojo el cielo entero, se bañaban de polvo que brillaba con las últimas luces en este último acto en el Parque Nacional Etosha. El sol y la luna son gigantes en Namibia y las estrellas se alcanzan al estirar la mano al cielo.
Esperé horas en la madrugada, sin café ni desayuno, a que un león moviera la cabeza porque un pequeño y especial seguidor de mis historias, quería un video de León, no de jirafas o de cebras, a él le gustan los leones. Y como premio, el universo me manda un majestuoso león con su melena bella, sus cicatrices de lucha y su calentura frente a la leona que se encontraba con él. Se aparearon un par de veces frente a mis ojos incrédulos e incluso pude tomarles fotos con mi indiscreta cámara.
Vi mujeres que se pintan de rojo con grasa y ocre, que se peinan como un calamar mágico y se visten con taparrabos de pieles y alhajas de fierro y hebras de palma. Conocí a los San, esas personas bajitas, fibrosas y con motitas en la cabeza que salían en la película que mi padre nos mostró cuando éramos niños: “Los dioses deben estar locos”. Ya no son nómadas, ahora no pueden cazar y deben vivir en aldeas que el gobierno les construyó para que se adapten a la sociedad. La Coca-Cola ganó, esa botella que cayó del cielo y trastocó para siempre sus vidas ganó.
Me senté sobre el meteorito más grande del mundo, ¿cuán curioso es eso? ¿Cuán curioso es todo? Vi dunas rojas, blancas, amarillas y negras cargadas de hierro que descalibraba brújulas de barcos mercantes y, junto a la densa niebla, los hacia encallar dejando una Costa de los Esqueletos de barcos que aún yacen en la arena.
Maneje una camioneta grande y por el otro lado, en Namibia se maneja por la izquierda. Los mandos están al revés y cada vez que quería anunciar un viraje, se encendían los limpia parabrisas. Me subía al asiento del copiloto y siempre busqué el cinturón de seguridad al otro lado. Maneje sola 6.787 km, pocos en pavimento, la mayoría de tierra y muchos muy malos. Me duele el cuerpo.
Dormí en una carpa sobre el techo de la camioneta y me cocinaba cada día, desayuno, almuerzo y cena en cocinilla, cuando dije que ya no quería acampar más, que estaba muy vieja para eso.
No le tengo miedo a la soledad, la disfruto, pero sí temía quedar botada en medio de la nada sin señal de teléfono y que no pasara un alma. La camioneta se portó un siete y me llevé un InReach, tan fácil como un mensaje satelital y tengo la seguridad que solo es cuestión de tiempo, la ayuda viene en camino. Ya todo está bien. Tengo a Namibia para mi solita.
No me pasó nada debe ser también que la Pame y el Edu me agarran de un ala cada vez que viajo, ya es cábala, y me llevan a misa y obligan al cura a que me dé la bendición para el viaje. ¿Qué lindos, no?
Otra cosa increíble fueron las RRSS, entre el Pedro, el Benja con la cuenta del Pedro (ni le digan), mi padre, el Pangal y Vive Chile que repostearon mi viaje, se me subieron cientos, especialmente mujeres, a la camioneta. Nunca me habían bendecido tanto. Todas viajaban conmigo y soñaban a través de mis ojos. Dicen que les di coraje para atreverse, eso sería maravilloso y lo siento como mi aporte, a que se atrevan a dar un paso, pequeño al principio y llegar a volar después, ¡porque el premio es maravilloso!
Soy una afortunada, tengo tanto y lo sé. Soy una agradecida. Agradezco maravillarme con los paisajes, el sol, la luna, los animales y la gente. Eso me llena, eso me hace sentir plena, siento mucho amor, mucho, tanto que muchas veces explotaba en lágrimas. Amo que mi libertad me permita estas oportunidades. Amo saber que soy capaz y que puedo, soy un ser humano independiente, autosuficiente y viajar me hace sentir esa plenitud que muchas otras personas logran de otras formas, el amor tiene muchas formas. A veces ha sido difícil tratar de encajar en el mundo, en la sociedad. Hoy me acepto y soy feliz. Estoy en un buen lugar, estoy donde quiero estar.
Espero poder seguir disfrutando con grandes viajes, aventuras y mundos nuevos, tanto como con un café en mi terraza en el Cajón del Maipo, viendo flores y los bichitos que van llegando con el pasar de la mañana escuchando mantras y la visita de seres de luz.