Me atrasé, hace calor, mucho calor.

Siento como si un dragón respirase frente a mí, el aire que entra por mi nariz está caliente, siento el calor que emana del suelo y me envuelve, el calor que irradia esta tierra yerma que alguna vez acogió flores, arbustos y árboles. Esta tierra nuestra ya sin agua, ya sin verde. Veo la hora, no fui yo, es el calor quien se adelantó. El manda, el hace lo que quiere y nos desgasta a todos.

Miro más allá, donde habían 3 nogales y hoy quedan cenizas. Recuerdo haberme bañado buscando purificación en las aguas de esa poza helada. Cada baño un sufrimiento entregado como sacrificio a los espíritus para que no me dejen sola, hoy les entrego este calor a cambio de su protección. Ya no parece un sacrificio zambullirse en una poza de agua helada. Sigo avanzando por este desierto hasta llegar al Lodge Meseta, encuentro increíble que la gente pague por venir a asarse, pero también comprendo que quieran salir de un Santiago que no acaba nunca y hoy llega a la puerta de mi casa, de un lugar donde no puedes dejar de ver y escuchar muchos seres humanos cerca de ti, las calles llenas, el subterráneo lleno y las calles áreas al borde del colapso.

Miro hacia abajo, al valle donde antes había un río cuyas escazas aguas ahora pasan por un tubo más allá del cerro, un tubo que pronto estará vacío como aquel otro que hicieron para el paso de gas desde Argentina. Un tubo que se llevó vida para alimentar máquinas hoy casi obsoletas. La mirada se me pierde buscando más allá del cerro y cierro los ojos y veo los Quillayes y litres, olivillos y guayacanes. 3 de ellos solo viven en mis recuerdos, hace años que se extinguieron.

Una bocina a lo lejos me saca de los recuerdos y vuelvo a mirar el cajón abajo y veo la fila de camiones custodiados por los militares… hoy es martes, hoy reparten agua para llenar los estanques de agua potable, esa agua que antes caía del cielo y hoy es fabricada en esas tremendas plantas de las que depende gran parte de la humanidad.

Apuro el paso, ya no camino como antes, quiero llegar a la tienda antes que lleguen los pocos turistas que suben al teleférico hoy. Es día de agua, no de turistas en el Cajón del Maipo.

Está todo en orden, las máquinas prendidas y disfruto un café antes de bajar en el carro 14. Pido mi segundo café para llevar. Voy sola, un lujo al que puedo acceder sólo los martes antes de las 9 am. Tengo 4 minutos para terminar mi café gozando del frescor del teleférico antes de llegar a la terminal, a la oficina, a los problemas, el ruido, en realidad si comprendo a las personas que pagan para pasar algunos días allá arriba, en los últimos reductos de tranquilidad del Cajón. Miro abajo, comienzan las casas, voy en la mitad del trayecto. Si, ahora hay casas a lo largo de toda la falda de la meseta, es que somos muchos. Ya no hay terreno agrícola, la agricultura a pequeña escala se acabó con el agua, veo mi casa, lo sé porque es la única azul del barrio con su pequeño jardín de piedras que hice con el terreno que quedó asignado a mi casa. Queda un minuto de viaje, apuro el café. Paso la barrera de alambre de púas que protege nuestras casas, esas que antes protegía el Río Maipo, el que dio origen al Cajón y al que debe su nombre. Llego a la terminal, se abre la puerta y entra el calor como un puñetazo que noquea con el primer golpe, me bajo. Veo la fila de turistas que esperan su turno para subir al teleférico, madrugadores que se vinieron antes del paso de los camiones del agua y serán los afortunados de gozar este lugar con menos gente porque hoy es martes, día de agua, no de turistas.

4 thoughts on “Jardín de piedras

  1. Que verdad mas triste, adonde vamos? Somos demasiados y en algún momento perdimos el rumbo, nos entusiasmados con lo del progreso sin límites, por el consumismo, por no mirar al hermano, por no respetar a la naturaleza, por criar animales como objetos….

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