Estaba el otro día conversando con mi padre por un tema en mis manos que me inquieta su resto pues, luego de 4 médicos aún sigo sin diagnóstico.

“¿Estás preocupada por el ELA?”  pregunta

“No” le mentí a él y a mí.

¿Cómo no tenerle miedo? ¿Cómo no va a ser un indeseable compañero que me pena y nos pena como familia?

Esta conversación me transportó al mes de agosto, cuando participe de un taller de escritura con mi brillante mentora, la Caro Bueno, y en una sesión nos dio de tarea escribir una carta ficticia dirigida a alguien, que incluyera la frase “la casa se quema y no hay salida” y dilucidar como llegará a su destino. Era un taller para sanar escribiendo, donde escribimos y lloramos, tomamos y comimos. Y sanamos.

Por alguna razón escribí una carta de despedida media macabra que guardé y traté de olvidar…Recién hoy martes, día de lanzar una entrada en el blog, 13 de octubre del 2020, cuando se cumplen 7 años, le veo el sentido oculto a la carta que escribí aquel día.

Esta carta es un cuento, pero un cuento de mis penas y, sobre todo, de mis miedos.

La casa se está quemando. Se quema y no hay salida. Hace un buen tiempo ya que en mi vida no hay salida. No doy más.

En estos días de invierno, en que por primera vez tras varios años de eterna sequía, no ha parado de nevar, he tenido tiempo de pensar y cada vez que pienso caigo más profundo en este hoyo que me chupa, me agarra desde los pies y me retiene en este lugar donde nada tiene sentido, todo es obscuro y ya no tengo fuerzas, ya no quiero más…la salida esta tan lejos…No hay salida.

Hermana de mi corazón, siempre pensé que envejeceríamos juntas. Que cuando jubilara, me haría la casita allá en el fondo del patio de tu casa en Los Andes. Que tú te irías a trabajar y yo me quedaría trabajando en la chacra, el jardín, haciendo las mil cosas que he hecho toda la vida…. Y cuando el cansancio me ganara, me tomaría una cervecita con Agustín en la terraza esperándote con algo rico. Tenía todo planeado, el arriendo de mi depa, ese seguro ahorro que me hice cuando entré al SAG…. La mugrosa jubilación de una vida de trabajadora dependiente… entre todo me daría para comprarme mis cositas y pegarnos un viajecito cada año por medio. Los fines de semana nos vendríamos a San Alfonso a nuestra casa azul. La casa de los Astorga Leiva, la casa de mamá. La cena de los viernes con papá con l@s herman@s, las Caroles y los niños que ya no son niños. Una escapada a Los Tres Nogales, disfrutar el jardín.

Faltaba tan poco para eso….

Comenzó como un temblor en mi pierna, ya no podía ir al cerro como antes. A veces mi pierna no me respondía. Recordé a mamá y me dio pánico. Me hice la tonta, me negué a aceptarlo, a enfrentarlo y lo callé. Lo disfracé con mis malas rodillas de toda la vida.

Después fue mi mano, no podía sostener mis libros, mi iPad. El doctor lo confirmó. Lloré, maldije, culpé. No le dije a nadie.

Recordar esos fines de semana sola con mi madre, cuando no se podía levantar, cuando había que tomarla en brazos para ir al baño, llevarle comida, darle agua, acomodarle los pies, los cojines, las almohadas, taparla, destaparla, soportarla, quererla, querer arrancar, sentirme culpable, amarla. No quiero eso para nadie y no quiero estar al otro lado, ser yo esa persona enferma, totalmente inválida, pero con la cabeza terriblemente lúcida, funcionando a mil, queriendo hacer todo, pero no pudiendo hacer nada. No lo acepto.

Hace mucho frio y nieva. Se siente el silencio. Ese silencio que solo se siente cuando nieva y los copos absorben el sonido y devuelven el silencio rotundo. Se me ocurrió prender la chimenea, quería ver las llamas, esas llamas que me calman. Ya no se me hace tan fácil prender fuego, ahora todo es más difícil.

Puse a Bach para que me acompañara, las Suite de cello interpretadas por Pau Casals. Esa versión en vinilo que se siente vieja y que me transporta a mil lugares y mil realidades. Por allá andaba cuando de repente lo vi. Vi el fuego en todos mis pensamientos, vi el fuego como escapatoria, como una purga, como una alternativa.

Fui a mi pieza, directo al velador donde tengo mi alacena de somníferos, porque de otra manera no sería capaz de soportar el dolor. Hice más fuego, quemando mis libros, mi ropa, mis fotos. Quemando todo, dejándolo atrás. Hice fuego en la puerta, en la escalera. No hay salida.

Estoy en el sillón, esperando me duerman las pastillas. Ya no tengo frio ni me preocupa que mis extremidades no me obedezcan siempre. Las suites se escuchan más lejos, el crepitar de las llamas se siente fuerte, hace calor, pero no puedo mantenerme despierta. Ya no tengo miedo.

Hermana, te amo, te amo con todo mi corazón. Perdóname, pero también lo hago por Uds. Porque los amo y no quiero que para su cumpleaños le pidan a dios que les regale la muerte de un ser amado. La casa se quema, se quema y no hay salida.

Aprieto enviar y la casa se oscurece.

3 thoughts on “La casa se quema

  1. Gracias Ila por compartir estas palabras. Me gusta como escribes y también me interpretan bastante. Sueños y miedos, diversidad y respeto, seres amados. Gracias denuevo, y hasta la próxima.

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